2 - Abre un libro al azar y elige una línea.
Los ojos de Ran brillaron. Sin esperarlo, la vida volvió a ellos de la misma forma que un candil ilumina en la oscuridad. No sabía cómo, pero era consciente de que tenía que estar muerto. A ver, había sentido uno, dos, tres tiros. En el pecho. A quemarropa. ¿Por qué no estaba muerto? El tendría que estar falleciendo, tirado en medio de la calle y manchando el pavimento de sangre. Sin embargo, no era así.
Abrió los ojos, y notó que todo frente a él volvía a tomar claridad. Las estrellas, las azoteas de los edificios. Sentía el olor de las fogatas a una corta distancia y las risas de los borrachos le parecían estridentes. Sintió su cuerpo levantarse, pero en realidad el no movía ningún músculo; era como si se tratara de una fuerza mucho más poderosa que él, que lo alzaba del piso y lo volvía a poner en pie...
Pero no solo eso. Sentía todo en retroceso. La sangre dejaba el concreto y volvía a su cuerpo, llenando sus venas y corriendo de nuevo por su ser. Le pareció una sensación extraña, pero no tanto como lo que pasó a continuación. Podía recordar cuando su asesino le disparó: el estallido del arma, el dolor que le provocaron las balas, la sangre quemando como fuego.
La verdad era que de reversa no era mucho mejor. No sentía solamente las balas saliendo de su cuerpo, sino que su carne se cerraba en torno a las tres heridas diferenes. Sin embargo, no duró mucho; la sanación fue rápida. Sintió el impacto dejar sus órganos, los tejidos recomponiéndose, la bala saliendo. Y luego la vitalidad de su cuerpo. Al igual que cuando abrió los ojos, sentía que volvía a nacer. No, no... volvía a estar vivo.
En unos segundos, su cuerpo estaba completo; sus ojos vivos, su corazón latiendo rápidamente. Era algo muy extraño: recordaba cómo había pasado todo, pero le hecho de estarlo viviendo una vez más era confuso. Peor aún, el hecho de vivirlo de nuevo, y en retroceso, era lo que lo confundía. Pensaba en lo que había pasado y al instante lo sentía. Es decir, que su pensamiento caminaba hacia adelante, siguiendo la cronología de su asesinato, pero su cuerpo físico iba hacia atrás.
¿Por qué? ¿De qué se trataba? Ran no tenía idea de qué ocurría o de cómo detenerlo. Sentía, de todos modos, que no podía hacer nada. Estaba fuera de su alcance. Sabía que en efecto una fuerza superior lo estaba controlando. Pero no sabía por qué.
Entonces, en retroceso, sintió su corazón palpitando rápido y disminuyendo la velocidad de sus latidos. Al mismo tiempo la visión se le entornaba y podía enfocar el paisaje frente a él que se había visto ofuzcado por el impacto de la primera bala. En los bordes de su visión había edificios; estaba en un callejón. Directamente enfrente de él, su asesino. Ran sabía quién era antes de verlo, pero el sentimiento de la revelación llegó de sorpresa. Un nudo en la garganta, la incredulidad invadiendo su mente.
La bala entró en la pistola, seguida de otra y una tercera. Sabía lo que tocaba a continuación. Lentamente, su asesino comenzó a ocultarse la cara con un pasamontañas. Cabello cortado al rape, ojos oscuros, una mueca de desprecio en la cara le deformaba la cicatriz que tenía en la mejilla izquierda. Era moreno, con una barba incipiente y una mirada de ira que finalmente había logrado liberar. Ran sentía la estupefacción en todo su cuerpo. Sabía de quién se trataba, pero sus sentimientos, aferrados a ir en dirección opuesta, le decían apenas que no podía ser él. No tendría por qué ser él.
Finalmente, la cara del asesino quedó cubierta por su pasamontañas negro. Bajaba la mano donde sostenía el arma, como si se arrepintiera de lo que iba a hacer. Detrás de él, escuchó un borracho gritando palabras al revés que no tenían sentido para él. Aún sentía su respiración agitada, pero ya no era por ver la cara de la persona que lo mató, sino porque sentía su vida acortándose a cada segundo. El miedo volvía a él, la sensación de saber que estaba perdido. Sintió los pensamientos lanzados hacia el cielo volviendo a su cabeza.
Escuchó más palabras provenientes de él y de la persona que tenía enfrente. Una discusión, según recordaba. ¿De qué era? El asesino le reclamaba algo a Ran, por supuesto. Eso antes de llegar al punto de quiebre y matarlo. Los comentarios pasaron hasta que el asesino se alejó de espaldas de donde estaba, caminando hacia la entrada del callejón. A medio camino, Ran también se dio vuelta. Caminaba por el callejón hacia el otro lado del edificio. Varios grupos de borrachos e indigentes se mantenían cercanos a botes de basura metálicos donde habían encendido fuego para calentarse. Un grito detrás de él...
Y volvió todo a como debía ser.
-¡Hey, imbécil! -un grito detrás de él le llamó.
Ran se dio media vuelta; ya casi estaba del otro lado del callejón. Un tipo con pasamontañas se acercó a él con paso decidido. Era un poco más alto, pero más delgado. El fuego detrás de él iluminaba los pequeños ojos del hombre.
-¿Me hablas a mí?
-Me debes una vida.
-¿Perdona? -Le preguntó Ran. Tenía las manos en los bolsillos; los apretó al sentir una especie de peligro avecinándose.
-Me prometiste entregarme a alguien a cambio del favor que te hice, ¿lo olvidas?
-Decenas de personas me han hecho favores y ninguno lo he devuelto. ¿Quieres ser un poco más específico, porfa?
-Déjame refrescarte la memoria. Te salvé el pellejo cuando me llevé a mi hija lejos para que no echara a perder tus planes con la estafa principal, ¿sí? Y a cambio de eso me dijiste que me darías una persona a cambio. Alguien mejor que mi hija... más jugosa, fueron tus palabras.
-A ver, ¿yo dije eso? Diablos, en serio debía haber estado mal ese día, porque tienes voz de enfermo mental y en serio agradezco que tu hija esté lejos de ti. Ambos deberían agradecermelo.
-Ella era feliz conmigo.
-Dudo mucho que una niña haya sido feliz con el bastardo que abusaba de ella constantemente.
-Tú no sabes una mierda.
-Aléjate de mí, maldito infeliz.
-Primero te alejas tú.
En ese momento, el hombre del pasamontañas alzó un arma. Apuntó directo a su pecho. Ran, como siempre, había logrado hacer enojar al tipo malo. Y como siempre, aquello iba a ser peor de lo que pudo haber sido en un principio. Entonces, el hombre tomó su máscara por el borde y la sacó de su cabeza. Piel morena, ojos oscuros, cicatriz en la mejilla. Una mueca de desprecio, como si expresara las ganas que tenía de verlo muerto.
-Solo quería que supieras cuál de todos tus pecados estás pagando conmigo.
Las sensaciones invadieron a Ran. ¿Él? Venga, había contratado un montón de gente, sobornado a cientos de personas... ¿Y justamente era su hermano, el que siempre estuvo a su lado en cada maldita operación, el que venía ahora a cobrar su vida? Aquello era demasiado irónico. En el fondo, una sonrisa brilló ante aquel chiste de la vida. Su hermano. El maldito que había apretado a sus enemigos mientras él les reventaba el hocico a puñetazos; el que le había ayudado a lanzar bolsas con cuerpos del puente colgante. El que fue su cómplice toda su vida.
Hasta que le quitó lo que más quería. Pero Ran tenía razón: su sobrina no podía estar con una persona así. No era un violador (que Ran supiera), pero no era mejor que eso. Si acaso peor. Era un asesino, un delincuente. Una persona manchada de muerte que acabaría condenando a las personas a su alrededor. Y la primera era Ran... ¿no? ¿O Ran había manchado a su hermano? ¿Acaso era la justicia de la vida devolviéndole cuanto había hecho, de la persona que menos habría esperado?
Apretó el gatillo. Sin darle tiempo a procesar aquello, las balas impactaron de lleno en el pecho de Ran. Una, dos, tres. Sintió el impacto en sus órganos, y la sangre fluyendo por su cuerpo. Su visión se emborronó y su cuerpo cayó en el piso de concreto. En el cielo, las estrellas brillantes comenzaban a verse difusas, y los bordes de los edificios se perdían con la oscuridad de la noche.
Don le dijo que quería que viera cuál de sus pecados le estaba cobrando. Ahora lo sabía: le estaba cobrando todo. La vida de su hija; los crímenes que cometió junto a él. Pero, sobre todo, le estaba cobrando el primer pecado: manchar a su hermano con su propia oscuridad. La primera vez no había tenido tiempo de comprender. Le hizo falta tener que repetirlo para que le quedara claro.